No sería sincero en absoluto si dijera que no me siento afortunado por vivir en Suances, una de las villas marineras cántabras que compiten en belleza con este paisaje agreste y el bravo mar que conforman nuestro sobrio y templado carácter.
Tampoco sería justo si no me sintiera afortunado de tener la posibilidad de descansar mi vista en la lejanía de este horizonte marino a sólo cinco minutos de El Prao, cuando el trabajo y el cansancio me lo aconsejan.
Los suancinos, muy marineros ellos, siempre han sido conscientes de los peligros de este mar que les impide, con frecuencia, salir a faenar viéndose obligados a volver los ojos a tierra durante largas jornadas invernales.
Así es muy normal que cada familia haya intentado reforzar su economía con la huertuca o las vacas por lo que las tierras de labor y los praos han sido siempre muy abundantes y la práctica agrícola y ganadera, una actividad habitual y complementaria de la pesca.
Los suancinos, muy marineros ellos, siempre han sido conscientes de los peligros de este mar que les impide, con frecuencia, salir a faenar viéndose obligados a volver los ojos a tierra durante largas jornadas invernales.
Así es muy normal que cada familia haya intentado reforzar su economía con la huertuca o las vacas por lo que las tierras de labor y los praos han sido siempre muy abundantes y la práctica agrícola y ganadera, una actividad habitual y complementaria de la pesca.
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